Comenzamos en San Luis Obispo y terminamos en Monterey...
La ruta 1 de California que bordea el océano Pacífico es, sin dudas, una de las rtutas más hermosas del mundo, así lo atestiguan películas, libros y catálogos. Nosotros la hicimos en un día, disfrutando cada momento y con un clima impresionante.
Ya una amiga nos había dicho que nos enamoraríamos de California y que en la ruta 1 querríamos parar en cada uno de los pueblitos que cruzáramos, tarea imposible si queríamos llegar a Monterey de día, pero en algunos nos detuvimos, como en Morro Bay...
También, antes de llegar a nuestro próximo destino que era San Simeon, paseamos unos segundos por Cambria, un pueblito idílico de la costa estadounidense.
Por fin llegamos al Castillo Hearst, que es la terrible, descomunal, desproporcionada mansión que se c onstruyó el magnate de los medios Randolph Hearst en el siglo pasado, trayendo pisos de Génova, techos de España y esculturas de Grecia, logrando un castillo invaluable y al cual invitaba a personalidades como Charles Chaplin, Bob Hope o J. F. Kennedy...
Eso sí, ellos también tienen problemas con el agua...
La subida implica media hora de bus, aunque en otras épocas duraba más de 4 horas. En el camino tenía hasta un zoológico, el más grande de su época de todo Estados Unidos, y privado.
Los salones son imponentes y el salón comedor es uno de los más llamativos, aunque nos contaba la guía que lo que servían en vajilla china no era más elaborado que hamburguesa con papas fritas, con la consabida salsa de tomate Heinz.
Las piletas son otro monumento a la arquitectura, todas de mármol y gigantescas, una al aire libre y la otra techada. Para la techada tenía una ala especial para las mujeres, en aquella época, mucho más mojigata que la actual, si alguna de las invitadas se sentía incómoda en mostrarse en traje de baño ante los caballeros, podía acceder directamente desde el vestuario hasta el agua, nadar, salir y recién ahí, cubierta con una bata, unirse a la conversación.
Los jardines y las vistas del castillo son también inolvidables.
La cancha de tenis tiene la particularidad de tener, junto a la red, en el piso, ladrillos de vidrio que dan luz a la piscina debajo. Me extrañó, ya que el pique, obviamente, se vería modificado por el cambio radical de textura, pero uno de los guardas me explicó que el tenis, en los ´40, era un tenis muy distinto al nuestro y en muy pocas ocasiones, casi nunca, los jugadores pisaban el interior de la cancha, todos los tiros eran de larga distancia, según él, era "un juego de caballeros", por eso nunca la pelota picaba cerca de la red. Eso sí, por esta razón los partidos se extendían horas y horas, de ahí que hubiera iluminación artificial, no porque les gustara jugar de noche...
Realmente fue una recorrida muy entretenida, hasta para Francisco y Macarena. Vuelta al coche nuestro nuevo destino era la cascada McWay, en el Julia Pfeiffer Burns State Park. Se trata de una pequeña caida de agua que lo hace desde un precipicio hasta directamente el mar. Nosotros llegamos con marea baja, o sea, la vimos caer sobre la arena, pero igual fue un sueño cumplido. El único inconveniente es que no le hice caso a Caro de entrar al parque (yo pensé que debíamos abonar la entrada y no era así) y estacionamos sobre la ruta misma, un tanto incómodo.
Después almorzamos en el Nepenthe Bar, el Nepenthe, cuenta la leyenda, fue en un tiempo de Rita Hayworth and Orson Welles, y cuenta otra leyenda que Henry Miller, uno de los escritores malditos de Estados Unidos, vivía en una casucha de troncos cerca de ahí y que más de una vez fue echado borracho del Nepenthe...
La idea era también recorrer el "17 Mile", un camino sobre la costa que une Carmel con Monterey, pero gracias a un terrible, agobiante embotellamiento en la salida de la Big Sur (en el cual nos acompañó un buen tiempo una Ferrari roja a nuestras espaldas) no llegamos a tiempo y nos cerraron el camino en la cara. Así que paseamos unos minutos por Carmel, el distrito de Arnold Schwarzenegger, y nos fuimos directamente a Monterey.
En Monterey nos alojamos en el Colton Inn, fuimos a pasear a Cannery Row, después al Fisherman Warfh y terminamos cenando en un Subway, los chicos felices, vaya uno a saber porqué aman ese sucucho de sanwiches.
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