Llegamos al Sheraton del Miami, dejamos a los chicos en la pileta (Francisco no demoró ni cinco minutos en tirarse al agua) y fuimos a devolver el coche mientras nos preparaban la habitación.
Junto a la pileta, pegadito al bar, había un río, y según el cartel, había lagartos, no los vimos, lo que sí vimos fue una terrible iguana, tan grande como las más grandes que vimos en Galápagos, pero de unos colores impresionantes.
Nos tomamos el colectivo 150 en la terminal frente al hotel y nos dejó en South Beach, donde paseamos por la playa.
Después también recorrimos las avenidas Lincoln, Collins y Washington. Y robamos internet a cuanto Starbucks nos cruzamos...
Este viaje, además de llevarnos a lugares que nunca habíamos visitado y conocer gente y cosas nuevas, también se caracterizó por su costado culinario, Caro se encargó de tener una lista pormenorizada de qué, dónde y cuándo comer en cada uno de los sitios.
Así fue que en Miami cenamos en Joe Crabs, que es un restaurant carísimo, pero carísimo en serio, pero que al lado tiene un sector de "para llevar", con unas mesitas ad hoc, así que allí nos dirigimos, para probar las famosas pinzas de cangrejo, y damos fe, son famosas por algo, son deliciosas.
Después, caminando de vuelta hacia el colectivo, nos tomamos una "colada" en un café cubano de paso.
Miami no es nuestra ciudad favorita, pero todo tiene su encanto.
Por la calle vimos los coches más increíbles, Ferraris, Porsches, pero Macarena sólo quería que le sacara fotos a los Camaros para llevárselas a su novio...
De vuelta en el colectivo al hotel (nos costó 15 dolares la ida y vuelta para los tres, ya que Fran no pagó) y a dormir temprano, que mañana salimos para Los Ángeles.
Esta es la cara de Francisco al ser levantado para tomarse el avión de madrugada, cara que se repitió varias veces en el viaje.
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