El Demonio de Tasmania es sencillamente impresionante, con esos colmillos imposibles, pero fueron los felinos los que más que rompieron la cabeza, como ese chiquitín, que no me acuerdo que raza es, que lo llamaba la madre con una especie de ladrido seco y él la miraba con cierta indiferencia gatuna.
Las otras estrellas son los koalas, que tienen un sector dedicados nada más que para ellos y un árbol para cada uno, y el Firefox, que estaba buscando Caro, por suerte se despertó para que pudiéramos verlo.
Los que sí nos partieron el alma fueron los orangutanes, todos pegados al vidrio, mirando a la gente...
Nos quedamos hasta las 3 de la tarde recorriendo todo el zoológico, que es fantástico, enorme y con un montón de animales que no habíamos visto nunca.
De ahí nos fuimos a Sunset Boulevard, donde bajamos a la playa y nos quedamos a ver un atardecer sobre el mar precioso.
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