De ahí volvimos al auto para viajar hasta Los Ángeles, directamente a Disney sin siquiera pasar por el hotel.
La agenda no podía ser de otra manera, lo habíamos estudiado y esto era lo mejor en los papeles, pero llegar a Disney en plenas vacaciones estadounidenses no es la mejor idea, y hacerlo el mismo día de Navidad, decididamente tampoco, estaba medio estado de California haciendo las colas de cada una de las atracciones.
A pesar de eso la pudimos pilotear bastante bien, aunque jamás pudimos llegar a hacer la atracción de Cars que está en todas las publicidades de Disney, porque siempre hubo casi tres horas de cola (Disney tiene un sistema de fast pass, que es gratuito, con tu entrada, vas a la atracción, la pasás por una maquinola y te da un fast pass para que en el marco de una hora determinada puedas entrar sin hacer cola, sólo podés tener uno en tu poder, cuando lo usás podés gestionar otro, es un sistema copado, pero cuando nos avivamos de esta atracción, ¡ya se habían agotado hasta los fast pass!)
Tampoco pudimos ir a la Rueda de la Fortuna que quería ir Francisco, pero lo compensamos con un montón más de atracciones, Disneyland es inmenso.
Una de las cosas que más les gustó a los chicos fue el musical de Alladin, que según dicen está al nivel de la puesta de Broadway (aunque en versión resumida) ¡e incluida en el precio de la entrada!
A la noche vimos el espectáculo de agua, luces y sonido y nos fuimos para el hotel, a registrarnos (un Days Inn, el tiempo de los hoteles temáticos y con pileta había acabado).
Dejamos a los chicos, como en Orlando, y salimos a comprar vituallas al Wall Mart amigo, odio los Wall Mart (aunque con el tiempo aprendí a odiar en igual medida a los Wallgreens y a los CVs)...
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