Desde que habíamos llegado a Nueva York debíamos encontrarnos con Laura y Matt, dos amigos que viven acá y que tenían algunas cosas nuestras y nosotros una campera que le mandaba su mamá. Cuando logramos poner de acuerdo las agendas combinamos almorzar juntos, Laura propuso el Olive Garden, que quedaba en la 23 y 6ta, a las 12 del mediodía.
Y como hacía realmente mucho frío, buscamos alguna actividad para los chicos que no fuera otro museo y bajo techo, encontramos el Sony Wonder Tech Lab, que era gratis y bajo techo. Fui solo temprano a buscar las entradas y después aprovechamos y recorrimos la zona del Flatiron y el Madison Square Park que no habíamos visitado aún.
Pero Laura y Matt jamás llegaron, así que nos levantamos de la mesa (a la cubana de la recepción no le gustó nada por cierto), nos tomamos un subte, comimos unas pizzas frente al museo y las 13:30, como decía la entrada, estábamos en la puerta.
No estuvo mal, las atracciones están bastante logradas, algunas más que otras, pero el punto fuerte es que tienen varias PS3 libres para que los chicos jueguen, la que tenía el juego de The Lego Movie fue una trampa mortal para Francisco, creo que le quedó enganchado un dedo en el tironeo para despegarlo.
Eso era en la Madison y 56, así que fuimos caminando hacia el Central Park, que Carolina quería ver la estatua a Alicia en el País de las Maravillas, que siempre rodeamos y nunca habíamos visto.
En el camino Francisco no hacía más que preguntar por el lago congelado, si el hielo era grueso, si podía partirlo con una piedra (me cache en la Era del Hielo y todas sus ardillas), que si podía patinar, que si podía caminar...
Después de sacarnos las fotos con Alicia, Francisco seguía dándole a la cantinela del hielo, hasta que el padre inconsciente transó, lo levantó de las manos, lo izó por sobre la peueña empalizada y lo apoyó en el hielo...
Craso error...
Como ya le habíamos dicho, el hielo estaba muy delgado, no tanto para romperse, pero sí para hundirse, le entraron los dos pies hasta el tobillo en el agua helada.
En segundos le sacamos las zapatillas empapadas y las medias, le secamos los pies, le pusimos nuestros guantes de zapatos (le hizo gracia tener cuatro manos) y a la chapas buscamos un taxi para ir hacia el hotel y darle un buen baño de inmersión caliente.
No pasó a mayores, pero podría, anotar, no dejar a sus hijos caminar sobre el lago congelado, mucho menos hacerlo uno mismo.
Ya repuestos volvimos a Times Square, a pasear por última vez por Broadway, a volver a saquear el negocio de M&M (los confites con chocolate amargo, que sólo allá se consiguen, son alucinantes).
Y cenamos, para despedirnos del estilo de vida americano, de nuevo en el B.B.Q. Dallas, pero esta vez nos acordamos y pedimos la torre de cebolla que nos había dicho mi viejo, ¡una gloria!
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